25 may 2007

En un rascacielos anónimo...

Las calles esta noche están vacías. La intensa tormenta evita que cualquiera salga a la calle a menos que sea absolutamente necesario. Pero es necesario que él saliera de la reunión. Se ha hecho de noche mientras él y el resto del comité se reunían y discutían. Es más, alguno de los directivos llegó después de haber anochecido. Pero esas discusiones, esos números, esas peleas de gallos por el poder han quedado atrás, por lo menos un tiempo. Ahora un traje con corbata está en la azotea de un alto edificio con oficinas observando cómo caían cántaros del cielo. Sus compañeros, sus jefes y sus subalternos estarán pensando que había ido al baño. Pero no. Está observando llover. Luego volverá. Pondrá una excusa tonta como "tuve que ir a comprar no sé qué", pero necesitaba un poco de aire fresco, libertad, o al menos una ilusión de ésta. Una dosis de realidad en la que en vez de ver complicadas estrategias de márketing o cuidadosas triquiñuelas legales, que terminan haciéndose más abstractas de lo que él desea.

Es joven. Aún está ascendiendo en la empresa y no tiene las cargas familiares que otros peces gordos pueden tener. Le gusta lo que hace, le gusta correr la carrera de ratas. No por que quiera ser la mejor rata del redil, sino por pura afición. Pero de vez en cuando tiene que salir de ahí. Por eso camina por el peto para ver las pocas hormigas que pululan sesenta metros más abajo. También se da la vuelta mientras sigue cayendo una tromba impresionante y observa otros edificios cercanos. Puede ver que en bastantes hay pequeños puntos de luz de gente reunida como el equipo que acaba de abandonar, tras unos cristales tintados que parecen llorosos.
Sigue dando vueltas a la azotea en busca de alguna otra cercana a la que se pudiese saltar. Pese a la altura del edificio en el que está, no es de los mayores de la jungla del distrito financiero, dónde, sólo los grandes monumentos al capitalismo tienen espacio libre alrededor. El resto de edificios pese a ser también importantes están apiñados unos contra otros dejando a veces sólo pequeños callejones entre medias de los monolitos de acero y vídrio. Todavía recuerda cuando le ascendieron y le sacaron de las conejeras para introducirle a un cubículo con esa mínima luz del callejón. Callejón que ahora ve cómo se traga el diluvio que está cayendo.

Un fogonazo de luz es seguido por un trueno importante. Ha caído cerca. Él sigue dando su paseo, pensando ya en volver en cinco o diez minutos con las abstacciones y las carreras de ratas. Sin embargo, algo ha cambiado el ambiente. Empieza a ver las cosas de manera distinta. Ve allá abajo en el suelo un par de vehículos accidentados en mitad de la calle. No siente nada. Quienquiera que se haya metido en el accidente está ahí abajo. Él sin embargo está arriba. Y eso no cambiará. Nota que una mano le toca el hombro. Se da la vuelta y reconociendo a uno de sus jefes ve cómo le susurra.

-Veo que piensas como yo. Ven, quiero enseñarte algo.

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