A veces se ven o se oyen cosas que no se deberían, escuchas a tus padres practicar sexo en la infancia, o ves cómo guardan las palomitas en el cine y se te quitan las ganas de comerlas. Esas cosas cambian un poco tu perspectiva. Hace unos días nunca pensaría que lo que pasó podía ocurrir. Y escribo esto con la intención de poder leerlo después para dilucidar entre mis propias alucinaciones y poder saber que algo es verdad al leer estos fragmentos. Oh, bueno, qué se yo. También porque tengo que contárselo a alguien aunque sea a este papel. Pero juraría por lo más sagrado que lo que he visto y oído es cierto.
Trabajo en un cibercafé. Además un cibercafé que el jefe ha puesto para que funcione de noche. Yo soy el encargado del turno de noche. Alguna vez ha habido que echar a gente borracha, pero salvando casos puntuales mi trabajo es deliciosamente monótono, con tiempo libre y muy bien pagado. De vez en cuando me siento casi como una funcionaria nocturna.
La clientela es prácticamente fija y tampoco dan quehacer, algún abuelo que puede hablar con su nieta por internet puede darme de vez en cuando conversación, pero no hay mucha más sociedad que hacer.
Pero hace un par de semanas empezó a venir gente extraña. Yo me he acostumbrado a que de vez en cuando alguna fulana viniera y estuviera aquí un rato, pero la vestimenta (y las curvas) de la mujer que vino rozaba el límite de lo absurdo, incluso para los estándares de la prostitución. Más que una mujer casi parecía una larga serpiente de carne pálida con algo muy extraño en el pelo, como si fuera un frutero de melena pero que además cambiaba de color. Como si tuviera vida propia. Yo intenté ocultar mi extrañeza, con poco éxito, pero la mujer hizo como si nada y se sentó en un ordenador y se puso a hacer cosas.
Yo, desde mi puesto me quedé mirando. No podía entender cómo algo encima de un cráneo podía hacer todo ese tipo de cosas. Creo que incluso se movía por voluntad de su ama, o quizá la suya propia. Pero intenté no darle importancia y volver a mi estudio sobre templo de Artemisa. A la media hora se fue y dejé eso como una anécdota. Pero en buena lógica hay que ver algo más que un peinado multitonal que se mueve de forma extraña para ponerse a escribir esto. Sucedió que la mujer volvió. Con una vestimenta similar y con un peinado más estable (parecía rubio) pero no menos estrambótico (parecía un peinado de dos coletas extremadamente largas al estilo dibujo japonés). Esta vez hubo más suerte y pude contener mi vista de lo que tenía en frente. Antes de ir para el ordenador que le asigné, sin embargo me preguntó mi nombre. "...Yara" contesté absorta por la potencia la voz de mi cliente. Me preguntó en mi perplejidad si podía "invitar a unos amigos". Volviendo a la realidad le pregunté que bien, aunque ella me dijo de que fuera para ellos solos el local. Me extrañé entonces. "¿Y si pasa algo?" "diez mil, en efectivo. Y un beso ¿me vas a decir que no?" respondió ella haciendo una mueca de pucheros.
Tardé en pensarlo. Mi sueldo no es malo (el extra de nocturnidad tiene siempre ese bonito aliciente) pero diez mil no se encuentran en la calle bajo las piedras... Si hubiera cualquier cosa siempre podría alegar que fueron unos borrachos, y el seguro se encargaría. Reconozco que no me sonó mal plan.
"¿Y cuando sería?""¿La fiesta o el pago?"inquirió ella. "Ambos""Ahora mismo." Sacó un fajo de billetes unidos por una gomita. "Devuélveme la gomita" me dijo mientras insistió en que contase, yo, estupefacta por la visión del dinero tan fácil. Diez mil. "¿Puedes cerrar ahora el local?" Accedí, les dije a todos los clientes que fueran cerrando que ocurría algo urgente y me tenía que ir en seguida. Los cinco extranjeros que hablaban con sus familias, el grupito de juego online y el anciano insomne me hicieron caso sin muchos problemas. En dos minutos estaban todos los ordenadores vacíos y el local sólo ocupado por mí y la extraña y alta mujer con sus coletas.
"Bien, aquí tienes, local vacío ¿por cuanto tiempo será?" La mujer daba vueltas alrededor suyo casi de alegría, me empezaba a arrepentir de haber aceptado tan rápido el dinero de alguien con unas coletas de más de un metro de largo. Se paró y me contestó "oh, no por mucho, tranquila, mujer" echó una risita de tono inocente y continuó "ah, me falta una parte por pagar: el besito". No, no me gustan las mujeres, pero no me atreví a contrariarla, fuera ahora a arrepentirse después de todo es lo que habíamos acordado y por diez de los grandes un beso con una chica, no me parecía tan tan mal.
Se me acercó y me dio un beso en la mejilla como si ella fuera una niña pequeña. Particularmente esperaba algo más tenso. Me alegré por ello. Sin embargo algo pasó, mi alegría me empozó a desbordar y reconozco que empecé a ver las cosas raras. Me estaba riendo a carcajadas delante de la mujer. Era consciente de ello y no podía hacer nada. La mujer siguió dando unos brincos alrededor de los ordenadores, encendiéndolos todos. Yo mientras seguía riendo sin sentido, pero siendo consciente de que no podía parar, encerrada dentro de mí. Tras esto la mujer se dirigió a mi puesto, yo intenté con todas las fuerzas alcanzarla, pero estaba riéndome por los suelos. Hice un amago de movimiento consciente hacia el ordenador de administración y me fustró tanto el no poder moverme de la risa que dejé de reírme y empecé a gimotear y manar ríos de lágrimas como una magdalena.
Vi entonces, dentro de mi cascarón de sentimientos y entre las lágrimas estúpidas de mis ojos como la mujer cerró todas las luces y bajó la persiana de metal de la entrada. Estaba ella (y su melena) iluminada sólo por las pantallas de todos los ordenadores. Yo seguía en el suelo, llorando desconsolada, sin entender todavía qué pasaba para que llorase tan desconsoladamente y fuera consciente de todo aquello. Fue entonces como continúo bailando alrededor de la sala al son de una melodía misteriosa que no cantaba en ningún idioma.
De repente, detuvo su baile, se agachó ante mí y me dijo "oh, que cosita más linda" con su vocecita más inocente mientras conseguía parar por un momento de llorar mientras, creo, que su pelo empezaba a acariciarme sin que la dama dejase de tener una carita de pena estupefacta. Me entró ahí verdadero miedo y corrí a una esquina. donde me acurruqué y cerré los ojos y me tapé los oídos. No quería ver más, no quería oír más. Intenté buscar el silencio y la oscuridad.
La oscuridad la encontré. El silencio no. Noté como la mujer seguía cantando una misteriosa canción, cantaba, cantaba y cantaba. Ya no era totalmente ininteligible. Poco a poco empecé a entender palabras. Conceptos aparentemente inconexos el sueño, la muerte, el deseo o la desesperación. Poco a poco se fueron uniendo más voces venidas de quien sabe donde (yo seguía cerrando los ojos intentando no ver nada) a la melodiosa voz de la mujer con palabras de destino, delirio y destrucción. Me aturdí todavía más de lo que estaba. Tras estos momentos de que se entendían sólo pequeños fragmentos empecé a captar frases enteras. Sentencias casi proféticas que ahora no quiero recordar. Más voces se unían al coro iniciado por la larga damisela. No cantaban al unísono, pero se las oía y diferenciaba a todas. Tampoco cantaban en ningún idioma en concreto. Cada vez eran más y mis manos no bastaban para callar su canto, armonioso y demoledor al tiempo. Se seguían uniendo más y más voces. Ahora ya no se distinguían entre sí. Decían verdades que no quería reconocer. Que no quiero reconocer y ni tan siquiera transcribir aquí. Pasó un largo tiempo y el coro prosiguió su cántico.
No sé cuanto tiempo pasó. Mi jefe me encontró en la esquina donde me escondí llorando de dolor y de miedo. Era de día y se encontró la trapa cerrada. Todo estaba en su sitio. Todo menos yo, que estaba acurrucada en el suelo. Me levantó y me preguntó qué había ocurrido. No supe qué contestarle. Vio un considerable charco de lágrimas y las ojeras y no hizo más preguntas. Me dio la baja por unos días. El dinero y el mando de la chapa metálica habían desaparecido. Así como cualquier registro de la damisela de trenzas vivas. Sin embargo cada vez que sueño recuerdo el cántico de que escuché esa noche y me vuelvo a despertar. Hace dos semanas que no duermo. Por eso escribo esto.