11 jun 2007

La propuesta.


A veces se ven o se oyen cosas que no se deberían, escuchas a tus padres practicar sexo en la infancia, o ves cómo guardan las palomitas en el cine y se te quitan las ganas de comerlas. Esas cosas cambian un poco tu perspectiva. Hace unos días nunca pensaría que lo que pasó podía ocurrir. Y escribo esto con la intención de poder leerlo después para dilucidar entre mis propias alucinaciones y poder saber que algo es verdad al leer estos fragmentos. Oh, bueno, qué se yo. También porque tengo que contárselo a alguien aunque sea a este papel. Pero juraría por lo más sagrado que lo que he visto y oído es cierto.


Trabajo en un cibercafé. Además un cibercafé que el jefe ha puesto para que funcione de noche. Yo soy el encargado del turno de noche. Alguna vez ha habido que echar a gente borracha, pero salvando casos puntuales mi trabajo es deliciosamente monótono, con tiempo libre y muy bien pagado. De vez en cuando me siento casi como una funcionaria nocturna.


La clientela es prácticamente fija y tampoco dan quehacer, algún abuelo que puede hablar con su nieta por internet puede darme de vez en cuando conversación, pero no hay mucha más sociedad que hacer.


Pero hace un par de semanas empezó a venir gente extraña. Yo me he acostumbrado a que de vez en cuando alguna fulana viniera y estuviera aquí un rato, pero la vestimenta (y las curvas) de la mujer que vino rozaba el límite de lo absurdo, incluso para los estándares de la prostitución. Más que una mujer casi parecía una larga serpiente de carne pálida con algo muy extraño en el pelo, como si fuera un frutero de melena pero que además cambiaba de color. Como si tuviera vida propia. Yo intenté ocultar mi extrañeza, con poco éxito, pero la mujer hizo como si nada y se sentó en un ordenador y se puso a hacer cosas.


Yo, desde mi puesto me quedé mirando. No podía entender cómo algo encima de un cráneo podía hacer todo ese tipo de cosas. Creo que incluso se movía por voluntad de su ama, o quizá la suya propia. Pero intenté no darle importancia y volver a mi estudio sobre templo de Artemisa. A la media hora se fue y dejé eso como una anécdota. Pero en buena lógica hay que ver algo más que un peinado multitonal que se mueve de forma extraña para ponerse a escribir esto. Sucedió que la mujer volvió. Con una vestimenta similar y con un peinado más estable (parecía rubio) pero no menos estrambótico (parecía un peinado de dos coletas extremadamente largas al estilo dibujo japonés). Esta vez hubo más suerte y pude contener mi vista de lo que tenía en frente. Antes de ir para el ordenador que le asigné, sin embargo me preguntó mi nombre. "...Yara" contesté absorta por la potencia la voz de mi cliente. Me preguntó en mi perplejidad si podía "invitar a unos amigos". Volviendo a la realidad le pregunté que bien, aunque ella me dijo de que fuera para ellos solos el local. Me extrañé entonces. "¿Y si pasa algo?" "diez mil, en efectivo. Y un beso ¿me vas a decir que no?" respondió ella haciendo una mueca de pucheros.

Tardé en pensarlo. Mi sueldo no es malo (el extra de nocturnidad tiene siempre ese bonito aliciente) pero diez mil no se encuentran en la calle bajo las piedras... Si hubiera cualquier cosa siempre podría alegar que fueron unos borrachos, y el seguro se encargaría. Reconozco que no me sonó mal plan.

"¿Y cuando sería?""¿La fiesta o el pago?"inquirió ella. "Ambos""Ahora mismo." Sacó un fajo de billetes unidos por una gomita. "Devuélveme la gomita" me dijo mientras insistió en que contase, yo, estupefacta por la visión del dinero tan fácil. Diez mil. "¿Puedes cerrar ahora el local?" Accedí, les dije a todos los clientes que fueran cerrando que ocurría algo urgente y me tenía que ir en seguida. Los cinco extranjeros que hablaban con sus familias, el grupito de juego online y el anciano insomne me hicieron caso sin muchos problemas. En dos minutos estaban todos los ordenadores vacíos y el local sólo ocupado por mí y la extraña y alta mujer con sus coletas.


"Bien, aquí tienes, local vacío ¿por cuanto tiempo será?" La mujer daba vueltas alrededor suyo casi de alegría, me empezaba a arrepentir de haber aceptado tan rápido el dinero de alguien con unas coletas de más de un metro de largo. Se paró y me contestó "oh, no por mucho, tranquila, mujer" echó una risita de tono inocente y continuó "ah, me falta una parte por pagar: el besito". No, no me gustan las mujeres, pero no me atreví a contrariarla, fuera ahora a arrepentirse después de todo es lo que habíamos acordado y por diez de los grandes un beso con una chica, no me parecía tan tan mal.

Se me acercó y me dio un beso en la mejilla como si ella fuera una niña pequeña. Particularmente esperaba algo más tenso. Me alegré por ello. Sin embargo algo pasó, mi alegría me empozó a desbordar y reconozco que empecé a ver las cosas raras. Me estaba riendo a carcajadas delante de la mujer. Era consciente de ello y no podía hacer nada. La mujer siguió dando unos brincos alrededor de los ordenadores, encendiéndolos todos. Yo mientras seguía riendo sin sentido, pero siendo consciente de que no podía parar, encerrada dentro de mí. Tras esto la mujer se dirigió a mi puesto, yo intenté con todas las fuerzas alcanzarla, pero estaba riéndome por los suelos. Hice un amago de movimiento consciente hacia el ordenador de administración y me fustró tanto el no poder moverme de la risa que dejé de reírme y empecé a gimotear y manar ríos de lágrimas como una magdalena.

Vi entonces, dentro de mi cascarón de sentimientos y entre las lágrimas estúpidas de mis ojos como la mujer cerró todas las luces y bajó la persiana de metal de la entrada. Estaba ella (y su melena) iluminada sólo por las pantallas de todos los ordenadores. Yo seguía en el suelo, llorando desconsolada, sin entender todavía qué pasaba para que llorase tan desconsoladamente y fuera consciente de todo aquello. Fue entonces como continúo bailando alrededor de la sala al son de una melodía misteriosa que no cantaba en ningún idioma.

De repente, detuvo su baile, se agachó ante mí y me dijo "oh, que cosita más linda" con su vocecita más inocente mientras conseguía parar por un momento de llorar mientras, creo, que su pelo empezaba a acariciarme sin que la dama dejase de tener una carita de pena estupefacta. Me entró ahí verdadero miedo y corrí a una esquina. donde me acurruqué y cerré los ojos y me tapé los oídos. No quería ver más, no quería oír más. Intenté buscar el silencio y la oscuridad.

La oscuridad la encontré. El silencio no. Noté como la mujer seguía cantando una misteriosa canción, cantaba, cantaba y cantaba. Ya no era totalmente ininteligible. Poco a poco empecé a entender palabras. Conceptos aparentemente inconexos el sueño, la muerte, el deseo o la desesperación. Poco a poco se fueron uniendo más voces venidas de quien sabe donde (yo seguía cerrando los ojos intentando no ver nada) a la melodiosa voz de la mujer con palabras de destino, delirio y destrucción. Me aturdí todavía más de lo que estaba. Tras estos momentos de que se entendían sólo pequeños fragmentos empecé a captar frases enteras. Sentencias casi proféticas que ahora no quiero recordar. Más voces se unían al coro iniciado por la larga damisela. No cantaban al unísono, pero se las oía y diferenciaba a todas. Tampoco cantaban en ningún idioma en concreto. Cada vez eran más y mis manos no bastaban para callar su canto, armonioso y demoledor al tiempo. Se seguían uniendo más y más voces. Ahora ya no se distinguían entre sí. Decían verdades que no quería reconocer. Que no quiero reconocer y ni tan siquiera transcribir aquí. Pasó un largo tiempo y el coro prosiguió su cántico.

No sé cuanto tiempo pasó. Mi jefe me encontró en la esquina donde me escondí llorando de dolor y de miedo. Era de día y se encontró la trapa cerrada. Todo estaba en su sitio. Todo menos yo, que estaba acurrucada en el suelo. Me levantó y me preguntó qué había ocurrido. No supe qué contestarle. Vio un considerable charco de lágrimas y las ojeras y no hizo más preguntas. Me dio la baja por unos días. El dinero y el mando de la chapa metálica habían desaparecido. Así como cualquier registro de la damisela de trenzas vivas. Sin embargo cada vez que sueño recuerdo el cántico de que escuché esa noche y me vuelvo a despertar. Hace dos semanas que no duermo. Por eso escribo esto.

2 jun 2007

Ópera en el teatro Imperium


El viejo y mohoso teatro Imperium vuelve a respirar una noche más en silencio. Es un teatro abandonado hace ya bastante y ahora queda casi escondido entre los edificios cercanos; mucho más altos que él. Sigue conservando todas las letras de su cartel: IMPERIVM, como reclamo de algo que ya acabó hace tiempo. Como las ruinas de la esplendorosa Roma a la que imitaba. Pero sigue habiendo movimiento a su alrededor. En uno de los pequeños callejones se encuentra un hombre en pie custodiando la puerta de entrada de artistas. A éste se le acercan dos figuras en silencio, una con una gabardina y otra con una chaqueta de cuero.
-¿Dónde vais?
-A una reunión de la Asociación de Padres de Alumnos. ¿nos dejas pasar? -responde la sombra con gabardina.
-Um... Y os llamáis...
-Éste es Mike Donovan y yo soy Conan Mac Gregor
El vigilante musita algo a su pinganillo y tras recibir una contestación, deja pasar a los dos individuos. Antes de que puedan pasar el umbral, el vigilante les pregunta:
-Sabéis dónde es ¿no?
-Sí, sí, aquí el nuevo eres tú. -Contesta Mike.
Saben por dónde es el camino y a dónde quieren llegar. Pasan al sótano del teatro, donde también se suelen interpretar las comedias y tragedias de costumbre. Es una sala muy amplia y sujeta por enormes pilares de hormigón. Hay que bajar por unas escaleras para llegar al nivel del suelo. Apenas hay luz, caída de unos pocos fluorescentes en el alto techo. Hay un escenario en el fondo, sobre él hay un taburete de metal soldado al suelo: para casos de que haya que atar a alguien y que escuche;un par de sillas normales para que, en esos casos, los interrogadores estén cómodos cuando es necesario; una mesa, para casos en el que haya que atar a alguien y que le duela; aunque también los ponentes se suelen sentar en ella en un acto de informalidad. También hay una pizarra para las explicaciones complejas.

Una mujer ejecutiva con gafas de diseño está hablando sobre unas leyes y normas aburridas a los presentes. Un elenco de personajes a cada cual más extrambótico presencia en silencio el discurso, mientras un par de sombras bordean, trepan y se deslizan por todo el espacio para que todo salga como debe salir.
Para ello, para que ninguno de los personajes se salga ahora del guión, está también un Goliath al lado de la pizarra que sencillamente se encuentra inmóvil de brazos cruzados observando todo movimiento. Incluso el de los recién llegados que ocupan unos últimos puestos de la platea de sillas.
Todo el mundo se sabe las normas, todo el mundo sabe que no debe saltárselas, todo el mundo sabe que si te pillan lo más probable es que el resto de criaturas se vuelvan unas rapaces que irán a sacarte los ojos. Mike se le debió olvidar ese detalle cuando hizo lo que pudo haber hecho con esa Victoria Schwarzmann. Sabe que si por un casual las sombras que pululan el recinto o el mastodonte que está en el escenario se enterasen de lo ocurrido, tendría razones por las que rezar a los dioses. Por suerte puede ocultar todo ese temor, hacerlo una bolita y tragárselo.

Conan, mientras tanto, se regodea en ojear el paisanaje de la sala.En una esquina, completamente solo, un individuo de unos 25 años vestido con un chandal con aspecto de haber vivido entre zarzales contempla la escena mientras husmea el ambiente como si buscara algo. Unas filas más alante un trío de personajes trajeados como si estuvieran en una reunión de una gran empresa asienten solemnemente con un gesto unísono ante cada palabra de la su jefa en escena. Más allá había una pareja de fumaderas de negro que ríen de vez en cuando como si asistieran a un divertido entierro. Cerca una mujer alta con pelo largo rubio y ropa de diseño extraño y llamativo con más colores que un muestrario de pintura.
Así pasó el rato hasta que la dama de gafas concluyó la sesión y todo el mundo se levantó y empezó a parlotear de sus asuntos. La ponente desapareció entre la trama de gente, mas el Goliath permaneció impasible en su sitio y las sombras continuaron su recorrido. Mike y Conan se fueron a apoyar en uno de los pilares de hormigón. Esperando a que ocurra algo. Siempre ocurre algo. En efecto, la mujer rubia de vestido colorido y sobrado escote se dirige a ellos.
-Conan, a ti te estaba buscando yo. -enunció con voz chillona al gabardinado. Conan levanta las cejas absorto.
-¿A mí?
-Sí, te he intentado localizar estos días. -saca un cigarrillo de un bolso a juego con el vestido-.Tengo un trabajo para ti. Y ya sabes lo bien que me porto. -Lo enciende-. Por cierto ¿quien es tu amigo?
-Me llamo Mike Donovan ¿tú?
-Rita, Rita Hasrling -hace un gesto y una sonrisita rápida y vuelve su atención a Conan-. Bueno, que te digo, tengo un encargo para ti. Es vigilar a un tipo.
-¿De los nuestros?
-Ni idea, querido. Sólo tengo unas fotos suyas y algo que me han comentado. Se hace llamar Tim, aunque tiene un acento francés muy marcado. El trato incluye no hacer preguntas. -Muy bien. Sabes que eso es un extra ¿verdad?-Oh, sí, cielo. No te preocupes por eso. Y si necesitas protección seguro que el chupa de cuero maloso de tu amigo te protegerá. Si se apunta le puedo dar una propina.
Mike titubea por no hacer que vuelva su dignidad ahora por lo de la propina. Sabe que la necesita tanto como Conan el encargo.
-Bien ¿y los datos?
-No los tengo aquí, cielo. Los tengo en el despacho. Hazme una visita, ya que casi nunca me escribes... -Rita pone cara irónica de llorera. Cambia otra vez a una radiante sonrisa y se marcha, despidiéndose lanzando besos.
Mike y Conan suben las escaleras para marcharse. Al dirigirse a las escaleras, una de las sombras cesa en su interminable recorrido taciturno y se posa ante conan. Resulta ser un hombre bajito vestido totalmente de negro con un pasamontañas que impide que se le vea más que dos ojos penetrantes. Mike ahora no puede evitar el sudor frío. Se dirige a Conan.
-Sócrates desea verle, sahib. Le espera en el palco de honor.
Tan pronto termina la frase vuelve a su recorrido frenético que impide que se le pueda identificar. Conan y Mike suben la escalera ahora con algo más de pesadez.
-¿Has hecho algo para que te trinquen últimamente, Con?
-No, pero ya sabes que nos tiene a todos en el bolsillo, más o menos. Para llegar al estado divino de que le apoden el Espíritu Santo, se necesita bastante poder. Querrá algo y seguro que no dará nada a cambio.
Los dos amigos suben y se dirigen hacia el pasillo que da a los accesos de los palcos. Entran en el palco de honor, donde un ser indescriptiblemente feo les espera sentado viendo una película proyectada sobre el escenario "real" del antiguo teatro, era la película del fantasma de la Ópera. Al ver que han llegado sus visitas, Sócrates baja con un mando a distancia el volumen. Flanquado por dos individuos quietos como estátuas este ser se da la vuelta.
-¿Qué tal la reunión, Mike Donovan?
-Normalita, le falta algo más de garbo a Ley en sus discursos. Y no repartieron bebida.
-A veces pasa ¿queréis saber por qué os he llamado?
-¿No era por saber cómo fue la reunión? -Mike una vez se lanza no puede parar de contestar así. Sin embargo Sócrates ha vivido lo suficiente para que no le importasen los chistes baratos.
-No, yo quería que cumplíerais el objetivo que os ha dado la señorita Rita, y que me tuviérais informado. ¿seréis capaces?
-Ella nos paga, tú ¿qué vas a darnos?
-Mike, basta- Conan sabe que hay que guardar compostura en estos lugares.
-Ella os paga por un trabajo ¿verdad? -Sócrates es un nombre falso, es un alias que le salió por hablar muchas veces como ahora.
-Sí, en efecto -responde Conan, haciendo un gesto a su amigo para que le dejase hablar ahora a él.
-Pero yo no os mando hacer el mismo trabajo otra vez ¿no es cierto?
-No, no es el mismo trabajo.
-Entonces no debería pagaros nada por un trabajo que ya tenéis pagado. Podéis iros.
Sin chistar Mike y Conan se alejan de la escena y salen del teatro. Alejados ya de cualquier escucha en el coche de Conan, Mike pregunta:
-¿Tú que opinas?
-Que para que nos venga el Espíritu Santo a reclamar cosas sobre ese tipo, mal asunto, y encima con lo tuyo todavía más. Vamos, que de mierda estamos hasta las orejas.
-Piensas como yo. Larguémonos de aquí.

Lo de la tercera persona es responsabilidad de
Grey Arkhane